Resulta que para ahorrar energía, las
autoridades de Santa Bernardina del Monte, dispusieron que a las
00.00 horas del día 25, los relojes se atrasaran una hora, pasando a
marcar las 23.00 horas del día 24. De este modo, la gente que
tuviera que levantarse a las 7.00 del día 25, no tendría que
encender ninguna luz, ya que en realidad, eran las 8.00 y el sol ya
estaría en plena actividad.
Cuando llegó el momento, las 00.00 del
día 25, la gente de Santa Bernardina del Monte, obediente como era,
atrasó sus relojes una hora. Fueron entonces, y volvieron a ser las
23.00 horas del día 24.
Pero una hora después, los relojes
volvían a marcar las 00.00 horas del día 25, la gente de Santa
Bernardina del Monte, obediente como era, atrasó sus relojes una
hora. Volvieron a ser entonces las 23.00 horas del día 24. Una hora
después, los relojes volvían a marcar las 00.00 horas del día 25.
- ¿Qué hago, mamá? - preguntó un joven, - ¿atraso el reloj?
- Por supuesto hijo, debemos de ser respetuosos de las disposiciones de la autoridad – respondió la madre.
Todos los habitantes de Santa
Bernardina del Monte, obraron en consecuencia con ese precepto. Pero
una hora después, los relojes volvían a marcar las 00.00 horas del
día 25. Nuevamente los pacíficos habitantes de Santa Bernardina del
Monte, atrasaron sus relojes una hora.
Se pusieron entonces a esperar el
trascurso de los sesenta minutos que faltaban para volver a atrasar
los relojes, pero algunos tenían sueño y se fueron a dormir, no sin
antes dejar turnos establecidos, de tal modo, que siempre hubiera
alguien despierto, a la hora de atrasar el reloj.
A la mañana siguiente, seguían siendo
las 23.00 horas del día 24, una hora después eran las 00.00 horas
del día 25, e inmediatamente después volvían a ser las 23.00 horas
del día 24. Faltaban nueve horas, para que abrieran las oficinas y
los comercios. Una hora después, faltaban ocho.
Los habitantes de Santa Bernardina del
Monte, de mantenerse en este estado de cosas, habrían muerto de
inanición, sin embargo fue otra la causa de su muerte. Tres días
del cambio de hora, un funcionario del gobierno central, que pasaba
por el pueblo, interpretó la actitud de los lugareños, como huelga
general por tiempo indeterminado, y dio parte de ello a sus
superiores.
Poco después, diez mil soldados
entraron con helicópteros y tanques en Santa Bernardina del Monte,
aniquilando a los insurrectos. Los relojes del pueblo entonces,
quedaron divididos en dos categorías: los que averiados por las
balas, estaban clavados en una hora entre las 23.00 y las 00.00, y
los que seguían marchando libremente, pudiendo llegar hasta más
allá de las 00.00, sin que nadie manipulara las agujas para
atrasarlos.
De todos modos, algunas horas después,
ellos solitos volvían a marcar las 23.00, como si sintieran
nostalgia de sus disciplinados dueños, que en paz descansen.
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