Las sombras existen porque en el mundo no hay suficiente luz para iluminarlo todo. Un día dijo Dios; “Hágase la luz”. Así, en plan todopoderoso, sin pensar en que, sólo en materiales, eso es una pasta y, claro, se quedó sin presupuesto. De lo contrario no se explica que pusiera nada más que un Sol para iluminar un planeta que además es redondo.
Las sombras tiene la mejor virtud de los peores olores: la fidelidad. La sombra, al igual que el olor a sobaco, te sigue a donde vayas, cueste lo que cueste. Cuando un avión va por el aire, la pobre sombra va corriendo por el suelo, que es más cansado. A veces el avión pasa por encima de unas montañas que casi le rascan la tripa y, como un día la sombra esté cansada y se le ocurra subirse al avión, se monta un pollo de los gordos.
A la hora de aparcar siempre buscamos una sombrita, si no, luego no hay quien se meta en el coche. Encuentras un sitio a la sombra, aparcas y te vas. Pero la sombra es traicionera, espera a que te vayas y cuando no miras, se mueve y te deja el coche al solazo. Luego vuelves al coche y cuesta mucho meterse dentro, porque hace un calor raro. Es como meterse dentro de un ñu con fiebre. Y huele raro. Huele a calor. Hay que entrar haciendo apnea. Coges aire y te metes a ver cuánto aguantas.
Es curioso, la sombra es lo que más abunda en el universo, pero es imposible encender una. No hay una linterna que, al darle al botón, eche sombra. Es una pena, porque tendría mucho éxito en Sevilla en verano.
La sombra de algunas dudas se cierne sobre las propias sombras. Por ejemplo, ¿por qué los negros no tienen la sombra blanca?, ¿pesa más la sombra de un bebé o la sombra de un anciano?, ¿es cierto que los chinos tienen sombras chinescas?, ¿hay sombras en un cuarto oscuro? Nunca lo sabremos.
Las sombras tiene la mejor virtud de los peores olores: la fidelidad. La sombra, al igual que el olor a sobaco, te sigue a donde vayas, cueste lo que cueste. Cuando un avión va por el aire, la pobre sombra va corriendo por el suelo, que es más cansado. A veces el avión pasa por encima de unas montañas que casi le rascan la tripa y, como un día la sombra esté cansada y se le ocurra subirse al avión, se monta un pollo de los gordos.
A la hora de aparcar siempre buscamos una sombrita, si no, luego no hay quien se meta en el coche. Encuentras un sitio a la sombra, aparcas y te vas. Pero la sombra es traicionera, espera a que te vayas y cuando no miras, se mueve y te deja el coche al solazo. Luego vuelves al coche y cuesta mucho meterse dentro, porque hace un calor raro. Es como meterse dentro de un ñu con fiebre. Y huele raro. Huele a calor. Hay que entrar haciendo apnea. Coges aire y te metes a ver cuánto aguantas.
Es curioso, la sombra es lo que más abunda en el universo, pero es imposible encender una. No hay una linterna que, al darle al botón, eche sombra. Es una pena, porque tendría mucho éxito en Sevilla en verano.
La sombra de algunas dudas se cierne sobre las propias sombras. Por ejemplo, ¿por qué los negros no tienen la sombra blanca?, ¿pesa más la sombra de un bebé o la sombra de un anciano?, ¿es cierto que los chinos tienen sombras chinescas?, ¿hay sombras en un cuarto oscuro? Nunca lo sabremos.