Ésta es la historia de un yogur, al que no apreciaban, como merecía.
Estaba en la nevera, unido a otros tres más, formando un cuadrado perfecto, y un bonito mosaico. El primero en caer, fue el yogur de fresas, aquel yogur estaba predestinado a ser consumido; nuestro amigo, el yogur al que no apreciaban como merecía, era un yogur de plátano, que ansiaba la vida eterna.
Luego cayeron el yogur de frutas del bosque, y el azucarado. Nuestro yogur banánico, iba viendo como todos sus hermanos siameses, eran devorados.
El yogur, ya había visto a muchos alimentos caer, bien putrefactos, o bien ingeridos. El lacteo y cremoso yogur de plátano, oía numerosas veces, una frase, que le carcomía por dentro: "¿Qué queda el de plátano?". Veía los días pasar, su sueño se cumplía, estaba viviendo eternamente, o al menos más que sus compañeros, pero algo empezó a cambiar, la fecha de caducidad llegó, y el yogur fue tirado a la basura, a los tres meses después.
De la basura siguió al contenedor, y cuando creía que nada podía ir peor, le llevaron en un camión, al vertedero municipal.
Finalmente acabó en el vertedero, allí, junto a otros objetos, y alimentos no reciclables, entendió que la muerte es un complemento de la vida, y que la vida eterna, no puede ser, sino un castigo. Sus esperanzas aumentaron, cuando alguien, de entre los escombros, lo vio, lo miró, y dijo:"¡Anda mira un yogur!". El yogur lo iba a conseguir, iba a ser ingerido, iba a acabar su existencia de la forma más digna, y no pudriéndose poco a poco, cerró los ojos y esperó a ser cogido. "Ah, no, es de plátano..."
Esta es la trágica historia del yogur, al que no apreciaban como merecía, condenado a la vida eterna.