Manolo Palmas era un señor muy mañoso.
Siempre dispuesto a echar una mano a quien se lo pidiera, era considerado un manitas por el vecindario.
Un día, Manolo se encontraba dándole una mano de pintura a una pared, cuando vio cruzar a una chica de esas a las que todos intentan meter mano.
Un hombre bastante desagradable, que estaba en un andamio de una obra, le gritaba cosas que ninguna señorita decente debe escuchar.
Un hombre bastante desagradable, que estaba en un andamio de una obra, le gritaba cosas que ninguna señorita decente debe escuchar.
Manolo, sintiéndose un héroe al rescate, corrió hacia allá, subió al andamio y, ante la mirada atónita del hombre, le soltó un manotazo que le lanzó de cabeza a una hormigonera.
“Se me ha ido la mano”, pensó. La chica le esperaba tímidamente. Manolo le tendió una mano.
“Se me ha ido la mano”, pensó. La chica le esperaba tímidamente. Manolo le tendió una mano.
- Me llamo Manolo. Todo el mundo me llama “Mano” porque
soy mexicano.
- Y yo Dédala. Pero como soy tan bajita, me llaman cariñosamente
“Pulgarcita”.
- Perdóneme por ser tan impulsivo, pero pensé que necesitaba
que alguien le echara una mano.
- Está disculpado, al del andamio le faltaban dos dedos de frente.
-¿Puedo invitarla a algo? Hay un café que nos pilla muy a mano.
- Bueno –se sonrojó Dédala– pero no me gusta beber mucho,
si acaso un dedo…
Manolo y Dédala iniciaron un romance corto y decidieron casarse. Faltaba poco para la boda, los días se podían contar con los dedos de una mano. Aunque no querían invitar a mucha gente, alguien había puesto la oreja y la noticia había corrido de boca en boca. Un día Manolo pensó que a lo mejor no tenía mano para las mujeres.
soy mexicano.
- Y yo Dédala. Pero como soy tan bajita, me llaman cariñosamente
“Pulgarcita”.
- Perdóneme por ser tan impulsivo, pero pensé que necesitaba
que alguien le echara una mano.
- Está disculpado, al del andamio le faltaban dos dedos de frente.
-¿Puedo invitarla a algo? Hay un café que nos pilla muy a mano.
- Bueno –se sonrojó Dédala– pero no me gusta beber mucho,
si acaso un dedo…
Manolo y Dédala iniciaron un romance corto y decidieron casarse. Faltaba poco para la boda, los días se podían contar con los dedos de una mano. Aunque no querían invitar a mucha gente, alguien había puesto la oreja y la noticia había corrido de boca en boca. Un día Manolo pensó que a lo mejor no tenía mano para las mujeres.
Su amigo Casimiro, consiguió disipar sus dudas. —¡¡Sólo tienes que echarle narices!! –le dijo.
La boda fue preciosa, el jefe de Dédala, el señor Lamelas, fue el encargado de dar el discurso. Tenía una lengua de oro, ese hombre.
Durante toda su vida, a Mano y Pulgarcita les fue todo con buen pie. ¿El final de la historia? Tuvieron un bebé bastante cabezón.
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