domingo, 11 de julio de 2010

LOS PORTARROLLOS


Los portarrollos de papel higiénico, son unos pequeños seres absolutamente imprescindibles, para la permanencia de la raza humana en la Tierra.

Si mañana desaparecieran todos los portarrollos de las casas, nos extinguiríamos al momento. Algo tan terrible parece difícil de creer, de entender y de asimilar. Pero para poder entender este concepto, hay que conocer la historia del portarrollos desde sus orígenes.

Como todo el mundo sabe, el primer portarrollo fue el tallo de un helecho. No fue fácil llegar a esa idea. Imaginaos a los pobres Adán y Eva la primera vez que van al cuarto de baño, sin saber nada, y al terminar se encuentran con el pastel.

- Eva, ¿me dejas tu hoja de parra?
- ¿Para qué la quieres?
- No, es que… creo que se me está saliendo el barro de dentro.
- No, no, no, la hoja de parra no. Toma estas ortigas.
- Vale…. ¡¡Ay!!. Dame otra cosa.
- Toma este cactus.
- Vale…. ¡¡Ay!!. ¿Qué más hay?
- Tengo un erizo. ¿Te lo paso?

Los comienzos siempre son duros. Hasta que, por fin, encontraron el helecho. Y fue tan grande el alivio que Adán y Eva, por fin, se pudieron sentar a disfrutar del Paraíso. Inmediatamente después de Adán y Eva llegaron los años sesenta. Muchos notarán que entre Adán y Eva y los años sesenta hay un salto un poco grande. Cierto. Pero es que todos los textos y documentos sobre portarrollos comprendidos entre esos años se han perdido. De esa época no hay ni un solo dato sobre los portarrollos. Es lo que los estudiosos de los portarrollos hemos acordado llamar: “época de la que no hay ni un solo dato de los portarrollos”.

Vinieron los años sesenta. En aquella época los portarrollos eran empotrados, como los armarios. Eran huequecillos horadados en la pared. Eran una cosa en la que tenían que pensar los arquitectos: “Un momento, un momento…, ahí no puede ir un portarrollos, que eso es un muro de carga”.

Luego llegó el esplendor de los setenta. Era una época de portarrollos de acero, que tenían una tapa con dientes afilados como encías de galápago. Ibas a coger el papel, y tenías miedo de que te mordiera el portarrollos. Era como meter la mano dentro de la boca de un cocodrilo con ortodoncia. Todavía quedan algunos de esos primitivos portarrollos. Te sientas, ves el papel asomando, los dientecillos de metal, y parece el ticket de una máquina registradora. Piensas que tal vez, cuando termines, va a salir la cuenta.

No sería mala la idea, podría haber suministro municipal de papel higiénico, como el agua y la luz. Tú usas y te llega la cuenta del mes: “Este mes ha ido usted poco al váter. Tantos euros”. “Este mes ha tenido usted diarrea. ¡¡Zaca!!”. Una factura que te cagas. Y si un mes no puedes pagar, te cortan el rollo.

Luego vinieron los años ochenta, una época de aparente cambio. La gran aportación de los años ochenta al portarrollo fue, el cilindro de plástico blanco con muelle, esa especie de amortiguador de coche en pequeño.

Hasta hoy, esto es todo lo que se sabe de los portarrollos. Pero quedan dudas: ¿A qué lado pone el portarrollos, una familia en la que hay un 50 por ciento de zurdos?. ¿Qué fue antes, el rollo o el portarrollos?. ¿Cómo son los portarrollos de los taxidermistas?. ¿Un tigre en el váter, con la boca abierta?.

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