miércoles, 17 de diciembre de 2008

LOS EXÁMENES


Hoy quería hablar acerca de los exámenes.

Cuando eres pequeño, vives sin exámenes, y eres feliz. Vas al cole, te hacen dictados, te hacen pintar. Yo cuando tenía 6 años, estaba encantado de la vida. Iba saltando, y oliendo flores por la calle. No tenía ni idea de lo que era un notable, un suspenso o un sobresaliente… aunque realmente, todavía hoy, sigo muy bien, sin saber qué es esto último.
Fíjense si no sabía de exámenes, que creía que la matrícula de honor, era la que llevaban en el coche, los héroes de guerra.

Pero los años pasan, y llegan los exámenes. Y ahí, ya descubres, lo que es la cruda realidad.
Tu semblante se endurece, y te vuelves hostil, cabreao, porque no te apetece estudiar.

Recuerdo el consejo, que me dio mi padre un día: “Hijo, ahora si quieres aprobar, vas a tener que hincar los codos”. Y yo, preocupado: “¿Dónde?”. Y mi padre: “¿Cómo que dónde? Pues en la mesa”. Y los hinqué, vaya si lo hice. Aquella tarde, rompí la mesa, y mi codo derecho.

Como no me valía con hincar los codos, opté por las chuletas. Lo que pasaba con las chuletas, era que a veces, de tanto currártelo, te aprendías la lección. Eso era horrible. Porque ahora la chuleta ya no te servía de nada. Pero aún así la guardabas por si acaso.
Lo peor, eso sí, era el momento de sacarla en el examen. ¡Qué tensión! Nunca en mi vida, he vuelto a sudar tanto como entonces. Unos chorretones… Mi cara brillaba tanto, que los demás se veían reflejados. Y si sudaba mucho de la tensión, por sacarme las chuletas, lo peor era, cuando te pillaban. Ahí ya creías morir.

Y si los exámenes, ya eran duros de por sí, luego acababas, y la gente fuera comentaba resultados. Siempre estaban los dos típicos empollones, que lo tenían bien, y te lo restregaban.
Entre ellos decían: “¿La pregunta tres te daba 3’45?” Y el otro: “¡Sí!”. Y se abrazaban, y reían y cantaban en corro cosas de listos, mientras tú, en una esquina, llorabas en silencio… he tenido una infancia muy dura.

Recuerdo una vez al salir del examen, un día que había estudiado muchísimo, pero muchísimo, muchísimo. Salí del examen y le dije al más listo de la clase, con una sonrisita de superioridad:

- ¿Qué has puesto en la pregunta dos, a ver?

Y el empollón:

- He puesto, que el período Barroco, surge entre los períodos del arte del Renacimiento, y el Neoclásico. Cae en un tiempo en el cual la Iglesia Católica, tuvo que reaccionar contra muchos movimientos revolucionarios culturales. Que su arquitectura se desarrolla desde el principio del siglo XVII, hasta dos tercios del siglo XVIII. Y que, es en esta última etapa, donde aparece el estilo rococó. ¿Y tú?

Y tú, asqueado de la vida:

- Yo he puesto...... verdadero.

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