La gente tiene dudas, por ejemplo, ¿es bueno tener termómetros?, todo depende de para qué quieras la fiebre.
Porque cuando yo era niño, mi familia era muy pobre, y no teníamos calefacción, ni estufas, y cuando uno tenía fiebre, era una buena noticia, decíamos;
- ¡¡yuhuu.... u, grados gratis!!.
- El niño tiene fiebre.
- Pues metedlo en la mesa camilla, y nos echamos un cincillo con los pies calentitos.
Son cosas incomprensibles, están llenos de cosas incomprensibles los termómetros, por ejemplo hay una cosa que a mí no me cuadra, es un instrumento médico de precisión, que antes de usarlo hay que agitarlo. Es como si fuera un zumo de melocotón, o un gazpacho de tetra brik, que no es serio, yo no lo aceptaría de verdad, yo me indigno ante la necesidad de agitar un termómetro.
Sin embargo, las madres les encanta, o sea, tienen un nervio especial en el brazo, una especie de superdesarrollado brazo, que les permite coger el termómetro y hacer; ¡¡zas, zas, zas!!, con una energía, como si toda la vida hubieran manejado un látigo.
El termómetro claro, es que pasan cosas curiosas, es que, según las edad que tengas, el termómetro te lo ponen en distintas partes del cuerpo:
- Cuando eres niño, en el culete, que es un poco humillante.
- Menos mal, que cuando eres adulto, ya te lo ponen en la axila, que eso te hace sospechar, ¡¡un momento, un momento!!, si se podía poner en la axila ¿por qué me lo metíais en el culo?.
Yo lo he pensado, y lo peor no es en el culo, lo peor no es en la axila, lo peor es;
- Cuando eres abuelo, que te lo ponen en la boca.
Pero claro, los termómetros son amantes fieles, porque ellos nos quieren de verdad, los termómetros conocen todos los orificios y comisuras de nuestro cuerpo, nos conocen en la salud y en la enfermedad, y si nos siguen queriendo es, porque nos quieren de verdad.
Porque cuando yo era niño, mi familia era muy pobre, y no teníamos calefacción, ni estufas, y cuando uno tenía fiebre, era una buena noticia, decíamos;
- ¡¡yuhuu.... u, grados gratis!!.
- El niño tiene fiebre.
- Pues metedlo en la mesa camilla, y nos echamos un cincillo con los pies calentitos.
Son cosas incomprensibles, están llenos de cosas incomprensibles los termómetros, por ejemplo hay una cosa que a mí no me cuadra, es un instrumento médico de precisión, que antes de usarlo hay que agitarlo. Es como si fuera un zumo de melocotón, o un gazpacho de tetra brik, que no es serio, yo no lo aceptaría de verdad, yo me indigno ante la necesidad de agitar un termómetro.
Sin embargo, las madres les encanta, o sea, tienen un nervio especial en el brazo, una especie de superdesarrollado brazo, que les permite coger el termómetro y hacer; ¡¡zas, zas, zas!!, con una energía, como si toda la vida hubieran manejado un látigo.
El termómetro claro, es que pasan cosas curiosas, es que, según las edad que tengas, el termómetro te lo ponen en distintas partes del cuerpo:
- Cuando eres niño, en el culete, que es un poco humillante.
- Menos mal, que cuando eres adulto, ya te lo ponen en la axila, que eso te hace sospechar, ¡¡un momento, un momento!!, si se podía poner en la axila ¿por qué me lo metíais en el culo?.
Yo lo he pensado, y lo peor no es en el culo, lo peor no es en la axila, lo peor es;
- Cuando eres abuelo, que te lo ponen en la boca.
Pero claro, los termómetros son amantes fieles, porque ellos nos quieren de verdad, los termómetros conocen todos los orificios y comisuras de nuestro cuerpo, nos conocen en la salud y en la enfermedad, y si nos siguen queriendo es, porque nos quieren de verdad.
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