miércoles, 7 de enero de 2009

ANÉCDOTAS COMUNES DE NUESTRA INFANCIA





A lo largo de nuestra vida, somos víctimas de miles y miles de frases hechas, que asumimos como axiomas, o verdades objetivas, y universales.
Muchas de ellas son en temas alimenticios.

Tú eres pequeño, estás comiendo, y no puedes más. Una cucharada y revientas.
Entonces le dices a tu madre: "No puedo más". Ante esta súplica implícita, hay dos reacciones maternas:

1.- "Tres cucharadas más" Eso son ganas de fastidiar. Ni siquiera te ha mirado el plato. Lo dice porque sí. Tú intentas en un arrebato de pillería y audacia, llenar lo menos posible la cuchara, pero te pillan. Y te la llena ella. Y descubres un terrible secreto: las madres tienen la capacidad de llenar una cuchara más allá de su propia concavidad. Al final, acabas ingiriendo esas tres cucharadas perdiendo la dignidad y esperando el segundo plato.

2.- "¡¡Con la de niños que hay en África muriéndose de hambre!!" Esto te lo dicen enfadadas. Es como si te estuvieran diciendo: "Si te viera un niño africano, dejándote la comida, se enfadaría mucho contigo". Mamá, si me viera un niño africano, dejándome la comida, probablemente se la comería él. Ya sé que suena frívolo, y puede que parezca egoísta. Pero la erradicación del hambre en el mundo, no depende de que yo, me coma el puré de calabacín.

Luego está el tema de la réplica sagaz, e incuestionable materna.
Tú quieres salir una noche. Todos tus amigos salen. Los dos. Y pasa más o menos, lo siguiente:

-Mamá ¿puedo salir esta noche?
-No.

Ya no tienes nada que hacer, pero intentas contraatacar.

-¡Pero si sale todo el mundo!
-¿Y si todo el mundo se tirara por un barranco?

¿Qué intentan decirnos con eso?. Si todo el mundo se tirara por un barranco, ese barranco dejaría de serlo, se convertiría en una montaña humana. Además, si toda la humanidad hiciera eso, yo sería el único ser humano superviviente en la Tierra, ¿para qué entonces querría salir?.

En fin, que el mundo es ilógico. Hay argumentos irracionales, que son los que determinan nuestra infancia, y que los asumimos, para luego podérselos decir, a nuestros hijos.

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