jueves, 22 de enero de 2009

HISTORIA DE UN NAUFRAGIO


Hace cuatro horas un gran naufragio ocurrió en las aguas del Pacífico. Dos de los supervivientes comparten un pequeño flotador que no da a basto.


Náufrago 1: Mi capitán, se habrá dado usted cuenta de que este flotador no da para mucho. Vamos, que en cualquier momento se desinfla.
Náufrago 2: Ya, grumete. Pero esto es lo que hay.
Náufrago 1: (a partir de ahora grumete): Bueno, mi capitán. Es lo que hay…. relativamente.
Náufrago 2: (a partir de ahora capitán): ¿Qué quieres decir con eso, grumete?
Grumete: Hombre, que tal como veo yo la situación, o se salva uno, o morimos los dos.
Capitán: Pelín pesimista eres tú, ¿no?
Grumete: Seamos realistas, capitán. Estamos en mitad del Pacífico, no hay tierra a la vista, no pasan barcos y este flotador no da a basto para dos cuerpos, uno de ellos de 120 kilos, por cierto, y no quiero mirar a nadie…. ejem.
Capitán: ¿Me estás llamando gordo acaso?
Grumete: Hombre, yo gordo nunca le llamaría capitán. Más que nada por respeto al cargo que usted ostenta. Pero, no me negará que usted tiene sobrepeso.
Capitán: Ten en cuenta, grumete, que soy bastante alto, así que proporcionalmente, no estoy tan mal.
Grumete: En cualquier caso, yo peso 70 kilos, y usted casi el doble, y este flotador empieza a tener mala cara.
Capitán: Pues habrá que esperar que aguante hasta que nos rescaten, ¿no?
Grumete: Capitán, esa opción no la veo yo muy viable que digamos. Yo sé que las circunstancias que nos rodean no permiten pensar con claridad pero, remítase a los hechos: somos dos náufragos y un solo flotador, y a la deriva agua y nada más que agua. En el mejor de los casos, quizás en dos o tres días nos localicen pero, si seguimos con el planteamiento actual, ambos estaremos en el fondo del mar, así que por mucho que busquen no nos van a encontrar. En cambio, si en vez de dos fuéramos uno…. otro gallo cantaría.
Capitán: Grumetillo, ¿estás insinuando que uno de los dos debería renunciar a sobrevivir?
Grumete: Bueno, uno de los dos no…. Usted directamente.
Capitán: ¡Pero cómo te atreves, grumetillo de pacotilla! ¡Cuádrese!
Grumete: Capitán, ¿cómo quiere que me cuadra si apenas puedo moverme?
Capitán: Grumete, lo que acaba usted de insinuar es terrible, ¡terrible!
Grumete: Lo sé, pero es que no queda otra. Además, tenga en cuenta que yo soy joven, sólo tengo 21 años, y usted tiene ya 50.
Capitán: ¿Y ser mayor que tú implica que tenga que renunciar a vivir?
Grumete: No es eso, pero…. Usted ya ha vivido mucho. Se ha casado, tiene los hijos criados, ha visto mundo…. Pero yo, en cambio…. ¿Qué he hecho yo en mi vida? La primera vez que he salido de casa ha sido para embarcarme en este barco de las narices. Soy hijo único, mis padres necesitan el dinero de mi salario.
Capitán: En fin, a ver, grumete. Todo lo que dices me parece muy bonito, pero lo que tiene que florecer ahora es la dignidad, la valentía. ¡O todos o ninguno! ¿Acaso quieres vivir con la conciencia intranquila, por haber dejado morir a un compañero?
Grumete: Yo sólo quiero vivir, a secas. La conciencia la dejo para los psicólogos. ¡Vamos, capitán, si no es para tanto! Tan sólo deje de agarrarse al flotador, y déjese llevar. ¡Es fácil!
Capitán: ¿Que es fácil dejarse morir? ¿Te burlas de mí?
Grumete: Yo sólo pretendo que afronte la situación con optimismo. ¿Acaso no cantan los militares que la muerte no es el final?
Capitán: Hombre, eso se canta para consolar al personal, pero para mí la única vida que hay es la que vivo ahora, ¡y tú quieres que me deje hundir, y ser pasto de los tiburones!
Grumete: No sea así, capitán. Además, esto no estaría pasando si usted no hubiese abandonado el barco, que es lo que se espera de un buen capitán.
Capitán: Claro, qué fácil lo ves tú, ¿no? El barco se iba a hundir de todas formas, no había nada que yo pudiese hacer.
Grumete: Pero ahora sí puede hacer algo: déjeme vivir, y le prometo que contaré su hazaña, y se convertirá en un héroe.
Capitán: Ya, pero en un héroe muerto.
Grumete: Algo es algo. Seguro que le hacen un monumento, y hasta le dedican una calle en su pueblo. Y yo, y mis futuros hijos, le estaremos eternamente agradecidos.
Capitán: Desde luego, grumete. Tienes tú poder de persuasión, ¡eh!
Grumete: No crea que es fácil para mí. Pero me merezco poder vivir treinta años más, y llegar al menos a los cincuenta, al igual que usted.
Capitán: No, si…. visto así, no te falta razón. En fin, quizás sí que ha llegado mi momento de gloria.
Grumete: Claro, capitán. Anímese.
Capitán: Pero, me tienes que prometer que contarás la historia, para que mi memoria sea honorada por muchos años.
Grumete: Claro, capitán. No lo dude usted.
Capitán: Tutéame, grumete. Que ahora es un hombre quien va a morir, y no un capitán. ¿Cómo te llamas, por cierto?
Grumete: Enrique, capitán.
Capitán: Encantado, Enrique. Yo Manuel…. Calle Capitán Manuel López Solevilla.
Grumete: (a partir de ahora Enrique): ¡Avenida, Manuel, avenida!
Capitán: (a partir de ahora Manuel): Bueno, no hay que ser ambicioso. Con una calle me conformo, y si es en mi barrio mejor.
Enrique: Pues nada, Manuel. Ya sólo queda que te sueltes.
Manuel: Sí, el paso más difícil, jajajajaja.
Enrique: Ya verá que todo pasa muy rápido. En poco tiempo perderá el sentido y pasará a mejor vida.
Manuel: Sólo te voy a pedir una cosa: que me cantes el “Soy Minero” de Antonio Molina, mientras me hundo.
Enrique: Eso está hecho. No estoy fino de voz, pero haré lo que pueda.
Manuel: Pues nada, ¡alea iacta est!
Enrique: Eso mismo digo yo.


El capitán se suelta del flotador, y las olas del Pacífico le van engullendo poco a poco.
Manuel: (desde lo lejos): ¡El mineroooooooo, el mineroooooooooo!
Enrique: Ah, lo olvidaba. “Soy mineeeeeerooooooooooooo, lalalalalalalala en el mundo enteeeerooooo, soy mineeeeroooooo….”

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