Estamos acostados en la cama y, estando a punto de conciliar el sueño, empezamos a sentir el dúctil aleteo de un mosquito en suspensión, a escasos milímetros de nuestra oreja.
Es ese momento, en el que, un ser insignificante, se convierte en el mayor de nuestros enemigos, nuestra técnica defensiva, es universal, independientemente de la nacionalidad, raza o religión que se profese: agitamiento del brazo por la zona afectada, y lanzamiento de un improperio, destinado a la autoestima del insecto alado.
¿Qué tendrá nuestro orificio orejal, para que millones de insectos de todo el mundo, deseen introducirse en él?.
El mosquito, es un ser más observador de lo que podamos creer, y la explicación a su interés, puede ser, el hecho de ver a tantísimos humanos, metiéndose el dedo en el interior de la oreja. Ellos no utilizan una deducción lógica, por lo que, su diminuta mente, no les llega para pensar, que nos metemos el dedo, simplemente porque nos pica.
Así que piensan, que si lo hacemos, es porque hay algo dentro, que queremos coger, y no podemos.
Por eso, hacen esos primeros vuelos rasantes, para inspeccionar el terreno. No lo hacen por jorobar, sino para medir longitudes, comprobar estrecheces, verificar planos...
Es entonces, cuando miles de mosquitos, se van introduciendo en nuestras casas.
Se esconden durante horas, en los rincones más inhóspitos de nuestras habitaciones, calculando justo el momento en el que, estamos al límite del sueño.
¿Por qué no esperan, a que estemos totalmente dormidos?.
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