Érase una vez un hombre, llamado Ataulfo, al que le hacía ilusión hacerse rico.
Todos los días, iba al banco a ver si su cuenta había aumentado.
Luego, volvía a su casa con los bolsillos vacíos, y un folleto de un plan de pensiones. Ataulfo decidió, que la forma más rápida de ganar dinero, era jugárselo. Así que, apostó sus cuartos a la ruleta, sus tercios al póker, y sus medias a la Primitiva. Lo perdió todo.
Caminando con tristeza por la calle (o sea, arrastrando los pies, porque si se va dando saltos, no parece que estés muy triste), Ataulfo vio un cartel: “Quiniela. Se dará un gran bote, al que acierte el pleno al quince”. ¡Un gran bote! -pensó-. Bueno, no seré rico pero... ¡podré navegar!.
Entró en el establecimiento de Loterías, y pidió un boleto.
-¿Cómo se rellena esto? -preguntó.
-Tiene que anotar en cada columna, el resultado que crea más probable. -dijo el vendedor.
Ataulfo corrió a su casa, y cogió un lápiz. Y se dispuso a rellenar la primera columna.
Leyó: “uno por dos”.
-¡¡Dos!! -gritó a pleno pulmón.
Leyó la siguiente: “uno por dos”.
- ¡¡Dos!! -rió.
Y así, una a una fue rellenando las columnas. ¿Cómo sabría si había ganado?. Volvió a ver al lotero, y éste le explicó, que lo sabría con cada partido de fútbol. Así que, cada vez que había uno, Ataulfo iba a preguntarle el resultado.
-Pues ha ganado el Valladolid- decía tranquilamente.
-¡Y a mí qué!. Yo quiero saber el resultado. Se enfadaba Ataulfo.
- ¡¡Dos!! -suspiraba el lotero.
Y así, partido tras partido, Ataulfo, inexplicablemente, fue acertando. Sólo le quedaba saber un resultado. Ese día, el despacho del lotero estaba cerrado. Vió una peluquería abierta, y entró a preguntar.
-No han marcado. Empate a cero -contestó el peluquero- ¿cómo lo quiere?.
Ataulfo no pudo oírle. Sufría un shock.
Se derrumbó en una silla susurrando: “a cero, a cero”.
El peluquero encendió la máquina.
Moraleja: Ni tanto, ni tan calvo.
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