Resulta que estaba estudiando filosofía, y me encuentro con un tío, que se hizo famoso, por enunciar lo siguiente: “El ser es, y el no ser, no es”, Parménides.
Eso es un pensador de verdad. Claro que sí. Si es que es una verdad como un templo –un templo que dice la verdad-. “El ser es, y el no ser, no es”. Toma ya. A ver quién refuta su teoría.
Puede que los eruditos, digan que he sacado la afirmación de su contexto filosófico, y que la teoría de Parménides, es mucho más amplia, y que se fundamenta en la razón, y en la lógica como modo de hallar la verdad y… bla, bla, bla. “El ser es, y el no ser, no es”, oye, y ya está. ¿Acaso miento en la frase? Pues claro que no. Parménides era un señor que sabía mucho, y lo que es, es, y lo que no es, no es.
Yo me imagino a Parménides, en un bar de su época… no sé cómo son los bares griegos… una… yogurtera enorme a lo mejor. El caso es, que lo veo con un palillo, y un sombrero de paja, gritando de forma estentórea su frase, entre el murmullo homogéneo de atletas retirados, filósofos borrachos, reinas de España, y demás helenerías prototípicas.
Parménides… no sabía nada el tío: -“¡Escucha lo que te voy a decir! ¡El ser es, y el no ser, no es!”.
Y todos aclamándolo: “¡¡Parmeeénides, Parmeeeénides!!”. Que es un nombre difícil de aclamar, por otro lado. Y todos gritando: “¡¡Dilo, dilo otra vez!!”. Y el tonto del pueblo: “¡¡Pero más despacio, que no lo entiendo!!”.
Pues sí. Lo que es, es. Y si estoy de exámenes, estoy de exámenes, y si me rasco la nariz, me la rasco, y si no me la rasco, es que no me la rasco.
Yo de mayor quiero ser pensador, total, muchas veces lo hago.
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